No caminas. Deambulas
en medio de esa gente ajena
a tu tormento. La pequeña ciudad
no existe sin ella.
Regresas a casa y de vez en cuando
esperas una llamada por teléfono.
Los amigos siguen preocupados por ti,
por esa antigua dolencia del corazón.
La tarde transcurre feroz y nítida.
Es extraño que todo esto va a pasar, murmuras.
Morirá para ti esta noche,
como en el verso del poeta,
y lejano el día
vislumbras otro asombro ante otro cuerpo.
Y enciendes, distraído, otro cigarro.
No caminas. Deambulas, por Harry Almela