El abrazo de los pasajeros
en este espacio limitado;
el abrazo accidental que nadie pide,
que llega como ofrenda.
Cuerpos extraños se acercan,
brazos que sujetan el acero,
hombres con sus viandas cruzadas en el pecho.
Hay un poco de inocencia
en estos perfiles:
algunos cierran los ojos
en un sueño momentáneo,
se dejan detallar, auscultar.
Sin que lo noten, prestan una mueca íntima,
un gesto breve.
Admiro a las personas que duermen
en el autobús, ofrendan el sueño y no lo saben.
El pasajero anciano y el pasajero joven
se encuentran en el mismo asiento,
comparten la misma ruta y no lo saben.
Se dejan llevar a otra avenida, para extraviarse,
mudar de una vez el trayecto establecido.
La mujer que anticipa su parada
se desplaza entre tantos,
rozan su cuerpo y nada dice.
El riesgo me ha hecho que mire a la cara,
ver qué hay en los ojos, si hay maldad dormida.
Gente buena me mira, en el bus, y escarbo
su costado amable, muy adentro.
La mirada serena cuesta mucho.
Repito una oración incompleta,
que me sirva de ángel, que salve el trayecto.
El semáforo es una buena excusa
para pensar en los trámites del día.
Es suficiente la transición
sin pausas del rojo al verde,
es mi casa la brevedad del amarillo,
los tres segundos
que unen ambos colores.
Néstor Mendoza
Éste poema es parte de su libro del mismo nombre que, por cierto, será presentado el sábado 13 en la librería Kalathos del Centro de Arte Los Galpones a las 11:30AM.